miércoles, 18 de agosto de 2010

Eva - Chinchiya

A Eva le estallaba la cabeza. No, “estallar” no era la palabra, ya que si estallaba, por lo menos terminaría aquella reunión. ¿De quién había sido la idea? Ah, sí: de Carla. Y ella no había podido decir que no...
¡Hace tanto que no nos juntamos! Hacemos alguna pavada, y charlamos, ¿qué te parece? le había dicho.
¡Claro! Hacer alguna pavada de comida para diez personas, y tener la casa impecable, para Carla no era problema: no era su casa, sino la de Eva.
Ahora sentía ese rítmico martillear en sus sienes, que le indicaban el paso hacia algo peor. En realidad no podía ser peor que la charla del marido de
Patricia, que siempre tapaba a los demás hablando de sí mismo y de sus logros. “Eugenio el genio” le decían irónicamente a sus espaldas. En realidad de genio no tenía nada: había heredado bastante dinero, y vivía alardeando de que había hecho buenas inversiones.
Luego estaban Julia y Leandro, Marcela y Pablo. Esos cuatro eran inseparables, y, no importaba el ambiente, la pasaban bien. Siempre reían y tenían que explicar resignadamente al resto cuál era el chiste.
Eva sintió que su cabeza se hinchaba, que el dolor en el hemisferio izquierdo de la misma se expandía: una poderosa estaca le atravesaba el ojo y salía por su nuca. Miró a su marido, como pidiéndole piedad, pero Javier estaba conversando animadamente con Eugenio y Jorge, el novio de Car
la.
Se sintió mareada. Comenzó a sudar frío. Se agarró de la mesa, en un intento de purgar por sus dedos ese dolor que la invadía. Luego se presionó el pómulo y la ceja izquierdos. La jaqueca no cedía.
¿Quieren un cafecito? dijo levantándose cuidadosamente. Patricia murmuró algo como “yo te ayudo” y se levantó con ella, mientras los demás asentían distraídamente.
Eva caminó, sintiendo cada paso como un golpe en su cabeza. “Pero si no tomé alcohol” pensaba, repasando su día para descubrir la causa de semejante tortura. En la cocina creyó que iba a desmayarse. Se mojó la cara y vio su reflejo en el vidrio de la ventana. “¡Dios mío! ¡Parezco un cadáver!” Se dio vuelta para encaminarse al baño, y tropezó con Patricia, que tenía una cara triste y una mirada cómplice.
Te ayudo con el café y luego de un par de segundos—. Te quería contar que Eugenio y yo estamos separándonos... Supongo que no te lo imaginabas... Bueno, quería contártelo porque creo que del grupo de la oficina siempre fuiste con la que mejor me llevé... y siguió contando su historia, llena de titubeos, con los ojos húmedos y tragando saliva a cada rato.
Eva ya no podía escuchar más. Empezó a sentir náuseas. Tomó a Patricia por los hombros y con una microsonrisa le dijo “te encargo el café”. Patricia le devolvió una sonrisa de alivio y agradecimiento, que Eva no entendió en ese momento.
Salió de la cocina, y con paso decidido atravesó el pasillo donde se encontraba el baño...

... y se dirigió a la sala.
Llegó a la puerta de la sala.
Miró a todos.
Todos dejaron de conversar y la miraron.
Eva abrió la boca.
Su cabeza comenzó a agrandarse y sus manos a convertirse en garras y de su espalda brotaron unas verdes alas viscosas y su estatura llegaba ya a los tres metros.
Su boca, transformada en unas fauces gigantescas, produjeron un rugido que rompió todos los vidrios y las copas. Patricia, que en ese momento entraba con el café, dejó caer todo de la bandeja. Un inmenso y furioso dragón observaba a todos, con unos ojos dorados cuya mirada los paralizaba de pavor. De su garganta emanaba tudavía un ruido sordo, un ronroneo aterrador. Entonces su nariz echó una llamarada que barrió con todo lo que estaba a la vista.

¡¡POR QUÉ NO SE VAN TODOS A LA MIERDA!! dijo con su profunda voz de monstruo.
Mientras las llamas invadían la sala, los invitados empezaron a correr huyendo como animales en estampida...

¿Y, mi amor, cómo la pasaste? ¿Viste que no fue tan malo? dijo Javier acariciándole el pelo a Eva, mientras ella apagaba la luz.

(publicado previamente en la Guarida de Silverchinchiya, página personal desaparecida con el cierre de Geocities)


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