lunes, 30 de agosto de 2010

Divertimentos porticanos - Chinchiya

I
Paraíso en otra tierra
Otra chance de volar
Rememorados nuevos héroes
Traen hasta nosotros
Iridiscentes sueños
Colmados de porvenires
Otrora imposibles
Ciertos hoy;
Fantásticos, pero reales

II
Promesas de flores nuevas
Orejas atentas y ¡a la cueva!
Renacer, revivir,
Tratar de sobrevivir
Idiosincrasia simple,
Clara y llana
Ojos me mirada vivaz:
Conejo suave
Frágil y fugaz

III
Pena que te fuiste a navegar
Odio por dejarme varada en esta tierra
Rencores porque no sé olvidar
Traición de luna llena, de otro mar
Ira cuando me lo dijiste
Cólera cuando ya no estabas, y al fin...
Olvido,
Calma y
Falsa paz en soledad

IV
Portentos hicieron
Ostentando ingenio
Reproduciendo el sitio:
Troya, la nueva!
Increíble hazaña
Construir la ciudad
Otra vez leyenda,
Con baja gravedad y
Fina atmósfera de Helio

(publicado previamente en el blog de Pórtico ciencia ficción: http://porticocf.blogspot.com/2008/11/divertimentos-porticanos.html)

jueves, 19 de agosto de 2010

El loco y la pantera (Historia de dos encierros y una cacería)

El caminaba todo el tiempo en aquel encierro atroz donde querían anular su esencia animal. Cuando lo encontraron dijeron que era salvaje, que no podía vivir en una “sociedad civilizada” por que sus normas no eran las de ellos, sus instintos eran diferentes, sus pensamientos, palabras y actos eran inquietantes. Era verdad, pero nadie había entendido sus motivos para ser asi, nunca habían sentido esa urgencia de encontrar algo que necesitaba, sin saber que era, de agazaparse en la noche, esperando no sabía que. Por eso él había roto las reglas tantas veces.
Buscó y buscó, en las drogas, en el alcohol, pero eso no duró mucho, apenas si probó cuando supo que no estaba ahí. Buscó en la violencia pero solo logró liberar su frustración, igual que con el arte y la música. Finalmente buscó en el sexo y casi lo encontró y lo siguió buscando ahí, pero cada vez que creyó haberlo encontrado lo perdió, no era completo y a medida que su búsqueda se volvía más desesperada su mente se deterioraba más, sus ideas se hacían confusas y terminó desnudo en la estación del tren, gritándole a las personas que no entendían lo que quería decirles.
Entonces comenzó su cautiverio y sus interminables caminatas, de una punta a otra de su jaula, sobre todo en la noche, con la sombra de los barrotes a la luz de la luna marcando su cuerpo

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Ella estaba siempre inquieta, no resistía el encierro en ese espacio tan pequeño, no soportaba a esos hombres que pretendían acariciarla, alimentarla, dominarla. Su salvaje interior gritaba pidiendo libertad y su cuerpo elástico, silencioso, perfecto como una obra de arte no podía quedarse inmóvil.
Sus ojos verdes, con chispas de fuego, permanecían abiertos toda la noche, vigilando, buscando la forma de escapar. No le importaba el hambre o la fatiga de su cuerpo que necesitaba moverse, liberarse, solo le importaba su instinto, que le pedía urgentemente ser satisfecho, vivir la adrenalina de la cacería, encontrar a esa presa que la hiciera salvaje nuevamente, como era ella todo el tiempo, antes de ser por primera vez, una presa acorralada
Entonces comenzó su cautiverio y sus interminables caminatas, de una punta a otra de su jaula, sobre todo en la noche, con la sombra de los barrotes a la luz de la luna, marcando su cuerpo

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El loco logró escapar con otros compañeros por el descuido de un guardia. Recorrieron la ciudad de noche, a él le gustaban los olores nocturnos y cuando llegó hasta el zoológico, su corazón latió más aprisa. Su instinto le dijo que allí estaba lo que buscaba y entraron saltando la reja. Comenzó a caminar siguiendo los olores, ignorando a los otros que lo seguían, escuchando su instinto que guiaba sus pasos, hasta que la encontró. Vio el fuego verde de sus ojos y supo que ella le daría lo que buscaba.
La pantera vio a esos hombres acercándose a su jaula y se puso en guardia, se mantuvo en silencio, observando como el que parecía el líder de los otros, abría la puerta de su prisión y caminaba hacia atrás, esperando, mirándola a los ojos. Ella vio en su mirada que él quería cazarla, poseerla como todos lo demás y se dispuso ser su predador
Él y sus compañeros treparon a los árboles del parque, hundidos en la oscuridad, mientras ella salía de la jaula y caminaba con su andar lento, y sensual, con su pelo negro brillando en la luz de la luna, mirando hacia arriba, tratando verlo a él, que la acechaba, hasta que lo encontró y sus ojos se clavaron en su presa. Le mostró sus dientes, parecía sonreírle complacida y lo hipnotizó con su mirada hasta que él, desnudo en cuerpo y alma, bajó de su escondite.
Sus sentimientos eran confusos, quería huir de la pantera, no sabía por qué, por temor o por instinto, pero al mismo tiempo deseaba profundamente que ella lo atrapara, sentir su olor, tocar su piel, sentir su cuerpo sobre él, aunque ella le desgarrara el cuerpo y le comiera el alma. La deseaba tanto que se quedó quieto, acostado en el piso, entregado a ella.
La pantera también estaba confundida, él era un predador, amenazaba su libertad, interfería en la continuación de su existencia, sin embargo, instintivamente, supo que él era diferente. Era tan hombre como fiera, asi que se le acercó despacio, decidida del todo a cazarlo, pero no a matarlo, no todavía. Comenzó a tirarle zarpazos, tentarlo para que se moviera, pero él continuaba ahí, mirándola, rogándole que lo atrape, ella se acercó despacio, puso su cuerpo sobre el de él y la dejó acariciarla, deslizar sus manos en su cuerpo y la sensación le agradó. Pudo percibir el placer de él al tocarla y como su parte animal derribaba a su parte humana para entregarse a ella y sin entender por que, comenzó a ronronear como un gato domesticado y a lamer ese cuerpo de hombre, a saborearlo con deleite y su instinto hizo que le clavara suavemente las uñas.
Él sintió una infinita felicidad, como quien ha naufragado mucho tiempo y encuentra un puerto donde quedarse para siempre. Ella era lo que toda su vida había estado buscando. Ese calor, ese contacto salvaje, ese olor de la pantera, todo lo que ella era se complementaba exactamente con toda su animalidad. Había encontrado a su perdida compañera. Continúo acariciándola, feliz, hasta que escuchó el disparó del guardia, que respondido a los gritos de los otros. El disparo entró por el costado del cuerpo sedoso de ella y su rugido de dolor lo ensordeció. El calor de la sangre comenzó a bañar su cuerpo y gritó de dolor cuando las garras de ella se clavaron en su corazón. Antes de morir se miraron a los ojos, sabiendo que era lo mejor que podía pasarles, por que después de encontrarse ya no podrían vivir separados nuevamente. Y asi, abrazados, plenos, con la luna en la piel, se durmieron en un eterno sueño de amor que nadie, ni animal ni humano, jamás hubiera entendido.

Manos vacias

Elías se miraba las manos recordando a cuantos tipos habían golpeado, cuantas mujeres habían acariciado, cuantas veces las había unido a amigos que luego lo habían abandonado.
Cuántos cigarrillos habían encendido, cuantos despidos habían firmado, cuántas armas, drogas y dinero habían manipulado.
Sentía que sus manos eran el reflejos de todo salvaje, lo sucio, corrupto y promiscuo que era y que siempre había disimulado. En sus manos estaban ocultos todos sus secretos.
Ahora sus manos estaban vacías y sus pensamientos eran oscuros; el odio, la rabia, la humillación y sobre todo un miedo enorme, lo dominaban. Temía a la incertidumbre, tenia rabia por que intentó preverlo todo y sin embargo, no lo consiguió.
Cuando el médico le dijo que le quedaban seis meses de vida, lo primero que hizo fue arreglarlo todo para tener un funeral de primera calidad y que su cuerpo fuera cremado. No iba a permitir que unos miserables gusanos se lo comieran. Nunca creyó en nada espiritual, solo en su brutalidad para lograr sus objetivos, nada de pensar en tonteras como Dios o El diablo, el infierno o el Paraíso. Para Elías, el único pecado era creer que los pecados existían.
Solo una historia de esas se le quedó pegada a la memoria desde chico, la de Caronte y su barca, que llevaba a los muertos al otro mundo, a cambio del pago que las familias del muerto dejaban bajo la lengua del cadáver. ¡Caronte sí que tenia el negocio asegurado! Asi que también se aseguró de que alguien dejara una moneda bajo su lengua muerta.
Encendió otro cigarrillo ¡Malditos médicos! El suyo era un idiota. Primero le dijo que tenía seis meses de vida sin solución posible y enseguida le recomendó dejar de fumar. Solo seis meses para terminar lo comenzado, vivir lo no vivido, cobrar viejas deudas.
Pero era el cuarto médico que le decía lo mismo, asi que le creyó. Además era el médico más caro del país y él podía pagarlo. ¿Para que servía la plata, si no?
Su dinero, sus manos, antes llenas de billetes, ahora estaban vacías. Lo había gastado todo en esos seis meses, en mujeres, drogas, alcohol, juego y asesinos a sueldo.
Nunca quiso tener una familia ni atarse a nada. No confiaba en nadie y por eso no tuvo a quien dejarle su dinero cuando muriera. Un intelectual atrevido le dijo que podía donar el dinero para ayudar a otros, pero él no quiso hacerlo. Si la gente, los políticos o los pobres querían plata que la consiguieran trabajando, hasta ampollarse las manos, como su padre o manchándoselas con sangre como él. De todas formas, ahora sus manos estaban limpias, pero vacías
Tendría que haber mandado matar a sus médicos, sobre todo al último. Habían pasado siete meses, el lo tenía todo previsto para su muerte, pero lo único que nunca previo sucedía: Su cuerpo estúpido no quería darse por vencido, la muerte venia con retraso, no llegaba nunca.
Así que el día anterior tomó la decisión, robó las llaves de un frigorífico abandonado y con sus últimos pesos pasó la noche en el hotel que estaba enfrente.
Ahora sus manos temblaban, de miedo y de bronca, Miedo de la muerte que no hacía su trabajo y bronca pensando en todos los hijos de puta que iban a estar felices de verlo muerto y con las manos vacías. Eso no lo podía aguantar.
Tomó el último trago, saliendo a la vereda prendió el último cigarrillo y cruzó al galpón de cinco pisos donde estaba el frigorífico.
Primero activó la sierra eléctrica y se aseguró de dejar abierta la ventana que daba al pavimento.
Se ató las manos por delante y cerrando los ojos las puso en la cinta automática de la sierra. Un segundo de dolor atroz y después un mareo que casi lo desmaya.
Cuando abrió los ojos vio sus manos amputadas en el piso, se miró los muñones sangrantes y grotescos y se puteó a si mismo, por no haber previsto lo del mareo, como no previó que la muerte se burlaría de él.
Era difícil levantarse del piso sin tener sus manos, tomó fuerzas gritando como un enajenado
-¡Malditos hijos de puta, mundo hijo de puta!- y se levantó. Corriendo hacia la ventana volvió a gritar
-¡Muerte hija de puta! yo te voy a buscar a vos-
Y mientras caía se sintió ganador. Prefirió morir sin manos a morir con las manos vacías y lo consiguió.
La Muerte lo esperaba en la calle. Cuando Elías se estrelló contra el asfalto, movió la cabeza con tristeza, pensando
-Pobre tipo, no entendió que nadie me burla y que lo único vacío que tenia, era su alma-

La Luz

Y de pronto la luz apareció, esa luz blanca, intensa, que le quemaba la piel, la boca, los ojos y no lo dejaba pensar en nada.
Entonces se preguntó que era esa luz. Por un momento creyó que era Dios, pero pensó que hacía mucho tiempo que no recordaba a Dios, así que ¿Por qué iba Dios a pensar en él?
Dios no recuerda a aquellos que se abandonan y degradan hasta el punto de desaparecer en el espacio, de vivir arrastrándose ante los demás, por cobardía y dolor.
Más tarde, cuando la luz se hizo mas intensa creyó que era el Diablo, aunque no sintió miedo, conocía la existencia de cosas mucho más terribles que el diablo o las tentaciones, pero ¿para qué iba el Diablo querer verlo, si él era menos que nada? Además, el diablo tentaba a los seres concediéndoles deseos, pero él ya no tenía deseos o ilusiones o ambiciones o sueños.
Cuando los ojos comenzaron a arderle intensamente intentó cerrarlos pero no pudo; hacia largos años, no sabía cuantos, que no podía cerrarlos. Él sabía la razón: durante toda su vida había llorado, hasta que un día decidió no volver a llorar nunca más y así lo hizo, pero tampoco volvió a cerrar los ojos, tampoco volvió a dormir, ni a soñar y así sus ojos se secaron y su mirada se volvió vacía, se quedó muerta, sólo eso, al igual que su alma.
Volvió a pensar en Dios ¿Qué era Dios? ¿Era solo una palabra que se utiliza para asustar a los niños y consolar a los moribundos, o realmente existía y estaba en todas partes y en todas las cosas, como decía la gente? Si Dios existía, seguramente ignoraba su presencia, ya que nunca lo había ayudado o consolado y tampoco era responsable de sus miedos, sus dolores y su cobardía.
Pensó en el Destino. No creía en el Destino, ni en el futuro; pensaba que el destino y el futuro son diseñados por cada ser, para sí mismos, viviendo dignamente, con entereza, esfuerzo y emociones; él , en cambio nunca había decidido nada, ni hecho nada, sólo se sometió soportar lo que pasaba cada día, sin intentar cambiar, ni aprender, ni saber.
¿Qué podía saber? Si no sabía quién o qué era él mismo. Podía ser un hombre, una mujer, un niño, un animal, una planta, una pared, no importaba lo que fuese, siempre sentiría dolor, aún amando, habría quizás más dolor.
El dolor. El dolor de sus ojos secos.
El dolor de su piel que no soportaba ese intenso calor que iba en aumento y le abrazaba el cuerpo.
El dolor de su sus oídos que escuchaban ese ensordecedor ruido como si mil montañas se derrumbaran a su alrededor.
Y en ese momento un grito terrible, ronco y oscuro, como el de un animal acorralado y moribundo, salió del fondo de su ser, llegó a su garganta y maldijo la Luz
Fue entonces cuando se produjo el milagro y el dolor, todo su dolor cesó, dando paso a un extraña sensación de paz.
Fue entonces cuando sus ojos secos derramaron, cada uno, una lágrima y ésta limpió al ojo que la había vertido y de pronto se iluminó su mirada.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el ardor que antes lo asfixiaba y ahora lo acariciaba cálidamente no era mas que la arena al sol bajo su cuerpo.
Fue entonces cuando advirtió que el ruido ensordecedor que ahora se había convertido en un dulce arrullo no era más que la canción del mar.
Y fue entonces cuando, con deliciosa seguridad supo que esa Luz que un minuto antes había maldecido sólo era el solo el sol ocultándose detrás del mar anunciando la llegada de la noche, clara y serena.
Y entendió que su alma había despertado, que estaba vivo y que un sentimiento desconocido, la Esperanza, habitaba en su interior, solo por la oportunidad de ver de un nuevo amanecer.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Eva - Chinchiya

A Eva le estallaba la cabeza. No, “estallar” no era la palabra, ya que si estallaba, por lo menos terminaría aquella reunión. ¿De quién había sido la idea? Ah, sí: de Carla. Y ella no había podido decir que no...
¡Hace tanto que no nos juntamos! Hacemos alguna pavada, y charlamos, ¿qué te parece? le había dicho.
¡Claro! Hacer alguna pavada de comida para diez personas, y tener la casa impecable, para Carla no era problema: no era su casa, sino la de Eva.
Ahora sentía ese rítmico martillear en sus sienes, que le indicaban el paso hacia algo peor. En realidad no podía ser peor que la charla del marido de
Patricia, que siempre tapaba a los demás hablando de sí mismo y de sus logros. “Eugenio el genio” le decían irónicamente a sus espaldas. En realidad de genio no tenía nada: había heredado bastante dinero, y vivía alardeando de que había hecho buenas inversiones.
Luego estaban Julia y Leandro, Marcela y Pablo. Esos cuatro eran inseparables, y, no importaba el ambiente, la pasaban bien. Siempre reían y tenían que explicar resignadamente al resto cuál era el chiste.
Eva sintió que su cabeza se hinchaba, que el dolor en el hemisferio izquierdo de la misma se expandía: una poderosa estaca le atravesaba el ojo y salía por su nuca. Miró a su marido, como pidiéndole piedad, pero Javier estaba conversando animadamente con Eugenio y Jorge, el novio de Car
la.
Se sintió mareada. Comenzó a sudar frío. Se agarró de la mesa, en un intento de purgar por sus dedos ese dolor que la invadía. Luego se presionó el pómulo y la ceja izquierdos. La jaqueca no cedía.
¿Quieren un cafecito? dijo levantándose cuidadosamente. Patricia murmuró algo como “yo te ayudo” y se levantó con ella, mientras los demás asentían distraídamente.
Eva caminó, sintiendo cada paso como un golpe en su cabeza. “Pero si no tomé alcohol” pensaba, repasando su día para descubrir la causa de semejante tortura. En la cocina creyó que iba a desmayarse. Se mojó la cara y vio su reflejo en el vidrio de la ventana. “¡Dios mío! ¡Parezco un cadáver!” Se dio vuelta para encaminarse al baño, y tropezó con Patricia, que tenía una cara triste y una mirada cómplice.
Te ayudo con el café y luego de un par de segundos—. Te quería contar que Eugenio y yo estamos separándonos... Supongo que no te lo imaginabas... Bueno, quería contártelo porque creo que del grupo de la oficina siempre fuiste con la que mejor me llevé... y siguió contando su historia, llena de titubeos, con los ojos húmedos y tragando saliva a cada rato.
Eva ya no podía escuchar más. Empezó a sentir náuseas. Tomó a Patricia por los hombros y con una microsonrisa le dijo “te encargo el café”. Patricia le devolvió una sonrisa de alivio y agradecimiento, que Eva no entendió en ese momento.
Salió de la cocina, y con paso decidido atravesó el pasillo donde se encontraba el baño...

... y se dirigió a la sala.
Llegó a la puerta de la sala.
Miró a todos.
Todos dejaron de conversar y la miraron.
Eva abrió la boca.
Su cabeza comenzó a agrandarse y sus manos a convertirse en garras y de su espalda brotaron unas verdes alas viscosas y su estatura llegaba ya a los tres metros.
Su boca, transformada en unas fauces gigantescas, produjeron un rugido que rompió todos los vidrios y las copas. Patricia, que en ese momento entraba con el café, dejó caer todo de la bandeja. Un inmenso y furioso dragón observaba a todos, con unos ojos dorados cuya mirada los paralizaba de pavor. De su garganta emanaba tudavía un ruido sordo, un ronroneo aterrador. Entonces su nariz echó una llamarada que barrió con todo lo que estaba a la vista.

¡¡POR QUÉ NO SE VAN TODOS A LA MIERDA!! dijo con su profunda voz de monstruo.
Mientras las llamas invadían la sala, los invitados empezaron a correr huyendo como animales en estampida...

¿Y, mi amor, cómo la pasaste? ¿Viste que no fue tan malo? dijo Javier acariciándole el pelo a Eva, mientras ella apagaba la luz.

(publicado previamente en la Guarida de Silverchinchiya, página personal desaparecida con el cierre de Geocities)