lunes, 19 de agosto de 2013

Eva - Chinchiya Arrakena

A Eva le estallaba la cabeza. No, “estallar” no era la palabra, ya que si estallaba, por lo menos terminaría aquella reunión. ¿De quién había sido la idea? Ah, sí: de Carla. Y ella no había podido decirle que no.
¡Hace tanto que no nos juntamos! Hacemos alguna pavada, y charlamos, ¿qué te parece? le había dicho.
¡Claro! Hacer alguna “pavada” de comida para diez personas, y tener la casa impecable, para Carla no era problema: no era su casa, sino la de Eva.
Ahora sentía ese rítmico martillear en sus sienes, que le indicaban el paso hacia algo peor. En realidad no podía ser peor que la charla del marido de Patricia, que siempre tapaba a los demás hablando de sí mismo y de sus logros. “Eugenio el genio” le decían irónicamente a sus espaldas. Y es que de genio no tenía nada: había heredado bastante dinero, y vivía alardeando de que había hecho buenas inversiones.
Luego estaban Julia y Leandro, Marcela y Pablo. Esos cuatro eran inseparables, y, no importaba el ambiente, la pasaban bien. 
¿Más postre, chicos? Ellos aceptaron acercando los platos. Lo mismo daba que hubieran ido a un restaurante japonés o a la casa de Eva, todo el tiempo reían y tenían que explicar resignadamente al resto cuál era el chiste.
Eva sintió que su cabeza se hinchaba, que el dolor en el hemisferio izquierdo de la misma se expandía: una poderosa estaca le atravesaba el ojo y salía por su nuca. Miró a su marido, como pidiéndole piedad, pero Javier estaba conversando con Eugenio y Jorge, el novio de Carla. ¿De qué hablaban? ¿Otra vez de ese estúpido programa de televisión? Y Carla los observaba fascinada.
Se sintió mareada. Comenzó a sudar frío. Tomó la mesa con las palmas para abajo, en un intento de purgar por sus dedos crispados ese dolor que la invadía. Luego se presionó el pómulo y la ceja izquierdos. La jaqueca no cedía, y ya le invadía la mitad de la cara. 
¿Quieren un cafecito?  dijo, levantándose con mucho cuidado. Patricia murmuró algo como “te acompaño” y se levantó con ella, mientras los demás asentían distraídamente.
Eva caminó, sintiendo cada paso como un golpe en su cabeza. “¡Pero si no tomé alcohol!” pensaba, repasando su día para descubrir la causa de semejante tortura. En la cocina creyó que iba a desmayarse. Se mojó la cara y vio su reflejo en el vidrio de la ventana. “¡Dios mío! ¡Parezco un cadáver!” pensó, con las manos tomándose las mejillas. Volteó para encaminarse al baño, y tropezó con Patricia, que tenía una cara triste y la mirada de quien va a hacer una confesión. 
-Te ayudo con el café. -Y luego de un par de segundos:- Te quería contar que Eugenio y yo estamos separándonos... Supongo que no te lo imaginabas... Bueno, quería contártelo porque creo que del grupo de la oficina siempre fuiste con la que mejor me llevé...  -y siguió narrando su historia, llena de titubeos, con los ojos húmedos y tragando saliva a cada rato. 
Eva ya no podía escuchar más. No entendía por qué la elegía de confidente, y a decir verdad le importaba muy poco: empezó a sentir náuseas. 
Tomó a Patricia por los hombros y con una sonrisa ínfima le susurró:
Te encargo el café.
Patricia le devolvió un gesto de alivio y agradecimiento, que Eva no pudo comprender.
Salió de la cocina, y con paso decidido atravesó el pasillo donde se encontraba el baño...

... y se dirigió a la sala. 
Llegó a la puerta.
Observó a todos, uno por uno.
Ellos dejaron de conversar y la miraron.
Eva abrió la boca.
Su cabeza comenzó a agrandarse y sus manos a convertirse en garras y de su espalda brotaron unas verdes alas viscosas y su estatura llegaba ya a los tres metros.
Su boca, transformada en unas fauces gigantescas, produjo un rugido que rompió todos los vidrios y las copas. Patricia, que en ese momento entraba con el café, dejó caer todo de la bandeja. Un inmenso y furioso dragón  amenazaba a todos, con unos ojos dorados cuya mirada los paralizaba de pavor. Los cuatro amigos se tomaron de la mano, poniéndose de pie; Carla y su novio se abrazaron; Eugenio y Javier sostuvieron una silla como para defenderse. De la garganta del dragón emanaba todavía un ruido sordo, un ronroneo aterrador. Entonces su nariz echó una llamarada que barrió con todo lo que estaba a la vista.
¿¡PORRRR QUÉ NO SE VAN TODOS A LA MIERRRRDA!?  dijo con su profunda voz de monstruo.
Mientras las llamas invadían la sala, los invitados empezaron a correr huyendo como animales en estampida, y Javier, en un rincón, intentaba protegerse del fuego, como por instinto, con las manos...

¡Noc, noc!
Amor, ¿estás bien? se oyó la voz de Javier desde el otro lado de la puerta del baño Ya terminamos de tomar el café; se van nuestros amigos, quieren despedirse.
Eva volvió de su ensoñación dando un gran suspiro.
Dame dos segundos, ya estoy. Se maquilló para disimular las ojeras y salió. 
Saludó a todos con su mejor sonrisa. Luego juntó las tazas vacías, los platos sucios y no soportó su tintineo como para ponerse a lavar. 
Se lavó los dientes con movimientos lentos y cuidadosos para que no le repercutiera en la cabeza. Ya en el cuarto, se cambió con la misma parsimonia y se metió en la cama.
¿Y, mi amor? La pasamos bien, al final. ¿Viste que no fue tan malo? le dijo Javier acariciándole el pelo a Eva.
Ella, en silencio, apagó la luz.

Aparecido el 1° de Febrero de 2013 en NM, Número 27:

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